sábado, 19 de enero de 2013

ANEXO 3: LA INVASIÓN FARMACÉUTICA

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LA INVASIÓN FARMACÉUTICA
No se necesitan médicos para medicalizar los remedios de una sociedad.84 Incluso sin demasiados hospitales y escuelas de medicina, una cultura puede ser presa de una invasión farmacéutica. Cada cultura tiene sus venenos, sus remedios, sus placebos, y su escenografía ritual para administrarlos.85 La mayoría de ellos se destina a los sanos más que a los enfermos.86 Las poderosas drogas médicas destruyen con facilidad el patrón históricamente enraizado que adapta cada cultura a sus venenos; por lo común ellas causan más daño que provecho a la salud, y en última instancia establecen una nueva actitud en la cual el cuerpo se percibe como una máquina regida por conmutadores mecánicos y manipuladores.87

En los años cuarenta, pocas de las recetas escritas en Houston o Madrid podrían haber sido surtidas en México, a no ser en la "zona rosa" de la capital donde farmacias internacionales prosperan al lado de boutiques y hoteles. Hoy día, las farmacias pueblerinas de México ofrecen tres veces más artículos que las farmacias de los Estados Unidos. Muchos medicamentos ya anticuados en otros sitios, o bien sobrantes ilegales o falsificaciones, van a parar a las farmacias de Tailandia88 o de Brasil gracias a fabricantes que navegan bajo muchas banderas de conveniencia. En la década pasada, mientras unos cuantos países ricos empezaban a controlar el daño, el desperdicio y explotación causados por el tráfico licito de medicamentos por parte de sus doctores, los médicos de México, Venezuela e incluso Paris tenían más dificultad que nunca para obtener información sobre los efectos secundarios de los medicamentos que recetaban.89 Hace apenas diez años, cuando los medicamentos eran relativamente escasos en México, la gente era pobre y la abuela o el yerbero atendían a la mayor parte de los enfermos, los productos farmacéuticos venían con un prospecto descriptivo. Hoy los medicamentos son más abundantes, más poderosos y más peligrosos; se venden por televisión y por radio; la gente que ha ido a la escuela se averguenza de sus restos de confianza en el curandero azteca. El prospecto ha sido sustituido por una nota general que dice "por prescripción médica". La ficción creada para exorcizar al remedio medicalizándolo, de hecho sólo confunde al comprador. La advertencia de consultar a un médico hace al cliente creer que él mismo es incapaz de cuidarse. En la mayoría de los países del mundo, los médicos simple y sencillamente no están lo bastante bien esparcidos para recetar medicamentos de doble filo cada vez que se requieren, y casi siempre ellos mismos no están preparados, o son demasiado ignorantes, para recetar con la prudencia debida. En consecuencia la función del médico, especialmente en los países pobres, se ha vuelto trivial: se le ha convertido en una rutinaria máquina de recetar que constantemente se ridiculiza, y la mayor parte de la gente toma ahora los mismos medicamentos igualmente al azar, pero sin aprobación médica.90

El cloranfenicol es un buen ejemplo de cómo el aval de la prescripción puede ser inútil para proteger a los pacientes, e inclusive promover el abuso. Durante los años sesenta este medicamento se envasaba como cloromicetina por Parke-Davis y producía alrededor de un tercio de las ganancias totales de la compañía. Para entonces ya se había sabido desde hacía varios años que las personas que ingieren este medicamento corren cierto peligro de morir de anemia aplástica, una enfermedad incurable de la sangre. La tifoidea es casi la única enfermedad que, con serias reservas, justifica la administración de esta sustancia En los últimos años de los cincuenta y los primeros de los sesenta, la Parke-Davis, pese a las fuertes contraindicaciones clínicas, gastó grandes sumas en promover su ganador. Los médicos en los Estados Unidos recetaban cloranfenicol a casi cuatro millones de personas por año para tratar el acné, la garganta irritada, el catarro común, e incluso naderías como padrastros infectados. Como la tifoidea es rara en los Estados Unidos, no más de una persona en 400 que tomaron el medicamento "necesitaba" el tratamiento. A diferencia de la talidomida, que desfigura, el cloranfenicol mata: borra del mapa a sus víctimas y cientos de ellas murieron sin diagnóstico en los Estados Unidos.91

El autocontrol de la profesión en tales asuntos nunca ha funcionado,92 y las memorias médicas han demostrado ser particularmente olvidadizas.93 Lo mejor que puede decirse es que en Holanda, Noruega o Dinamarca, la autorregulación ha sido en ciertos momentos menos ineficaz que en Alemania, Francia94 o Italia,95 y que los médicos norteamericanos tienen una peculiar aptitud para admitir errores pasados y unirse a nuevos cortejos.96 En los Estados Unidos, durante la década de los cincuenta, el control de los medicamentos por agencias reguladoras se hallaba en su nadir y el autocontrol era nominal.97 Luego, durante los años sesenta, periodistas98médicos99 y políticos100 preocupados por la situación lanzaron una campaña que expuso la subordinación de los médicos y los oficiales de gobierno a las firmas farmacéuticas y describió algunas de las pautas del crimen de cuello blanco, prevalentes en la medicina.101 Menos de dos meses después de la denuncia en una audiencia del Congreso, el uso del cloranfenicol en los Estados Unidos disminuyó. La Parke-Davis se vio obligada a insertar en cada paquete estrictas advertencias y cautelas sobre el uso de este medicamento. Pero dichas advertencias no se hicieron extensivas a las exportaciones.102 El medicamento siguió usándose indiscriminadamente en México, no sólo en la automedicación sino por prescripción, criando entonces cepas de bacilos tifoidicos resistentes al medicamento que ahora se difunden al resto del mundo.

Un solo médico de América Latina, también estadista; trató de limitar radicalmente la invasión farmacéutica. Durante su breve desempeño como presidente de Chile, el doctor Salvador Allende103 movilizó con éxito a los pobres para identificar sus propias necesidades en cuestión de salud, y con mucho menos éxito compelió a la profesión médica a servir necesidades básicas más que lucrativas. Propuso la prohibición de los medicamentos que no hubieran sido probados en clientes en Norteamérica o Europa durante todo el tiempo cubierto por la protección de la patente. Resucitó un programa destinado a reducir la farmacopea nacional a unas cuantas docenas de productos, más o menos los mismos que el "médico descalzo" chino lleva en su caja de mimbre negra. Es de notarse que, menos de una semana después de que la junta militar chilena tomó el poder el 11 de septiembre de 1973, muchos de los más activos proponentes de una medicina chilena basada en la acción de la comunidad más que en la importación y el consumo de medicamentos habían sido asesinados.104
El consumo excesivo de drogas médicas no se limita, desde luego, a zonas donde los médicos son escasos o la gente es pobre. En los Estados Unidos, el volumen del negocio de medicamentos se ha multiplicado por un factor de 100 durante el siglo actual:105 20 000 toneladas de aspirina se consumen cada año, casi 225 tabletas por persona.106 En Inglaterra, una de cada diez noches de sueño es inducida por un medicamento hipnótico y el 19% de las mujeres y el 9% de los hombres toman por prescripción un tranquilizante durante cualquier año dado.107 En los Estados Unidos, los productos que actúan sobre el sistema nervioso central son los que se difunden con mayor rapidez en el mercado farmacéutico, ya representa más del 31% del total de las ventas.108 La dependencia respecto de los tranquilizantes recetados ha aumentado un 29% desde 1962, periodo durante el cual el consumo percápita de alcohol sólo aumentó un 23% y el consumo calculado de opiáceos ilegales, un 50%.109 En todos los países se obtiene una cantidad significativa de estimulantes y sedantes sin recurrir al médico.110 La toxicomanía medicalizada111 ha superado en 1975 a todas las formas escogidas y más festivas de crear bienestar.112

Esta de moda culpar a las firmas farmacéuticas multinacionales del aumento en el abuso de prescripciones médicas; sus ganancias son altas y su control sobre el mercado es absoluto. Durante quince años, las ganancias de la industria farmacéutica (como porcentaje de las ventas y valor neto de la compañía) han dejado atrás a las de todas las otras industrias manufactureras enlistadas en la Bolsa de Valores. Los precios de los medicamentos están controlados y manipulados: el mismo frasco que se vende a dos dólares en Chicago o Ginebra, donde se produce, pero enfrenta competencia, se vende a doce dólares en un país pobre donde no la hay. 113 El margen de ganancia es, además, fenomenal: cuarenta dólares de diazepam, una vez troquelados en pastillas y empacados como Valium, se venden en 140 veces su valor, y en 70 veces más que el fenobarbital, que en opinión de la mayoría de los farmacólogos tiene las mismas indicaciones, efectos y peligros.114 Como mercancías, los medicamentos recetados se comportan en forma diferente de casi todos los otros artículos: son productos que el consumidor directo rara vez selecciona para sí mismo.115 Los esfuerzos comerciales del productor se dirigen al "consumidor instrumental", el médico que receta el producto pero no lo paga. Para promover el Valium, Hoffman-La Roche gastó 200 millones de dólares en diez años y comisionó a unos doscientos médicos por año para que escribieran artículos científicos acerca de sus propiedades.116 En 1973, la industria farmacéutica en pleno gastó un promedio de 4 500 dólares, en cada médico en funciones, para promoción y publicidad, más o menos el equivalente del costo de un año en la escuela de medicina; en el mismo año, la industria contribuyó en menos del 3% al presupuesto de las escuelas médicas norteamericanas.117

Sin embargo, y sorprendentemente el uso per capita de medicamentos recetados en todo el mundo parece tener poco que ver con la promoción comercial; se correlaciona sobre todo con el número de médicos, incluso en países socialistas donde la enseñanza médica no se halla influenciada por la publicidad de la industria farmacéutica y donde se limita la imposición institucionalizada de medicamentos.118 El consumo total de medicamentos en las sociedades industriales no está fundamentalmente afectado por la proporción de artículos vendidos por prescripción a ojos vistas, o ilegalmente, ni lo afecta si la compra se paga al contado, a través de un seguro pagado por adelantado, o con fondos de beneficencia.119 En todos los países, los médicos trabajan cada vez más con dos grupos de adictos: aquellos para los que recetan medicamentos, y aquellos que sufren las consecuencias. Cuanto más rica es la colectividad, mayor es el porcentaje de sus pacientes que pertenecen a ambos grupos.120

Culpar a la industria farmacéutica de la adicción a los medicamentos prescritos es tanto tan irrelevante como culpar a la Mafia121 del uso de drogas ilegales. La actual pauta de consumo excesivo de medicamentos -sean remedio efectivo o anodino, ya sea prescritos o parte de la dieta cotidiana, gratuitos, comprados o robados- sólo puede explicarse como resultado de una creencia que hasta ahora se ha desarrollado en cada cultura donde el mercado para bienes de consumo ha alcanzado un volumen crítico. Esta pauta es consecuente con la ideología de cualquier sociedad orientada hacia el enriquecimiento sin límites, sin importar que su producto industrial se destine a la distribución por los cálculos de los planeadores o por las fuerzas del mercado. En tal sociedad, la gente llega a creer que en la asistencia a la salud, como en todos los otros campos de avance, la tecnología puede usarse para cambiar la condición humana de acuerdo a casi cualquier diseño. En consecuencia, la penicilina y el DDT se ven como los entremeses que preceden a una era de almuerzos gratuitos. La enfermedad resultante de cada plato sucesivo de alimentos milagrosos se trata sirviendo otro platillo más de medicamentos. Así el sobreconsumo refleja una apetencia sentimental, socialmente autorizada, por el progreso de antaño.

La edad de los nuevos medicamentos empezó con la aspirina en 1899. Antes, el médico mismo era, sin discusión, el agente terapéutico más importante.122 Aparte del opio, las únicas sustancias de aplicación difundida que habrían pasado pruebas de seguridad y eficacia eran la vacuna contra la viruela, la quinina para el paludismo y la ipecacuana para la disentería. Después de 1899 la marea de medicamentos nuevos siguió subiendo durante medio siglo. Pocos de ellos resultaron más seguros, más eficaces o más baratos que los remedios bien conocidos y largamente probados, cuyo número crecía en forma mucho más lenta. En 1962, cuando la Administración de Alimentos y Drogas de los Estados Unidos empezó a examinar los 4 300 medicamentos de prescripción aparecidos desde la segunda Guerra Mundial, sólo 2 de cada 5 resultaron eficaces. Muchos medicamentos nuevos eran peligrosos, y entre aquellos que cumplían las normas de la Administración, pocos podían demostrarse superiores a los que supuestamente remplazaban.123 Menos del 98% de estas sustancias químicas constituyen aportaciones valiosas a la farmacopea usada en la asistencia elemental. Incluyen algunos nuevos tipos de remedio, como los antibióticos, pero también remedios viejos que, en el curso de la edad de los medicamentos, llegaron a entenderse lo bastante para ser usados con eficacia: la digitalina, la reserpina y la belladona son ejemplos. Las opiniones varían acerca del número real de medicamentos útiles: algunos clínicos experimentados piensan que menos de dos docenas de medicamentos básicos son todos los que jamás podrían desearse para el 99% de la población total; otros, que hasta cuatro docenas de productos resultan óptimos para el 98%.

La edad de los grandes descubrimientos en farmacología ha quedado atrás. según el actual director de la Administración de Alimentos y Drogas, la edad de los medicamentos empezó a declinar en 1956. Los medicamentos genuinamente nuevos han aparecido en número decreciente, y muchos que brillaron por un tiempo en Alemania, Inglaterra o Francia, donde las normas son menos severas que en los Estados Unidos, Suecia o Canadá, no tardaron en olvidarse o se recuerdan con verguenza.124 No queda mucho territorio por explorar. Las novedades son asuntos de "paquete" combinaciones de dosis fijas o bien prescripciones de "yo también"125 que los doctores recetan porque han sido bien promovidas.126 La protección de diecisiete años que la ley de patentes otorga a las nuevas sustancias de importancia ha terminado para la mayoría. Ahora cualquiera puede fabricarlas, siempre y cuando no use las marcas originales, que se hallan protegidas indefinidamente por las leyes del registro comercial. Hasta ahora, las considerables investigaciones no han dado motivo alguno para suponer que los medicamentos expendidos en los Estados Unidos bajo su nombre genérico sean menos eficaces que sus contrapartes de marca registrada, que cuestan de 3 a 15 veces más.127

La falacia de que la sociedad está atrapada para siempre en la edad de los medicamentos es uno de los dogmas que han lastrado la elaboración de políticas médicas: está de acuerdo con el hombre industrializado.128 Éste ha aprendido a tratar de comprar todo lo que se le antoja. No llega a ningún lado sin transportes ni educación; su ambiente le ha hecho imposible caminar, aprender y sentirse en dominio de su cuerpo. Tomar un remedio, no importa cuál sea ni por qué motivo, es una última oportunidad de afirmar un dominio sobre sí mismo, de interferir en su propio cuerpo más que dejar que otros interfieran. La invasión farmacéutica lo lleva a una medicación, indicada por él o por alguien más, que reduce su capacidad para enfrentarse con un cuerpo que él aún puede cuidar.