jueves, 17 de enero de 2013

APÉNDICE / LA NECESIDAD DE UN TECHO COMÚN

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APÉNDICE 
LA NECESIDAD DE UN TECHO COMÚN 

[EL CONTROL SOCIAL DE LA TECNOLOGÍA] 

por Valentina Borremans e Iván Illich, 

Cuernavaca, septiembre de 1971. 

El control social de los sistemas de producción es la base de toda restructuración social: la nueva fase en la cual ya entró la tecnología permite y exige una nueva determinación de ese control.

1) La propiedad social de los medios de producción; 2) El control social de los mecanismos de distribución y 3) El acuerdo comunitario sobre la autolimitación de algunas dimensiones tecnológicas, pero sólo en su conjunto, constituyen la base para el control social de la producción de una sociedad.
En las primeras etapas de la industrialización, los dos primeros aspectos parecían tan importantes que no permitieron que se desarrollara suficientemente el pensamiento sobre el tercero.

En nuestra opinión lo que hoy es necesario es el control político de las características tecnológicas de los productos industriales y de la intensidad de los servicios profesionales.

Esta nueva política consiste en la búsqueda de un acuerdo comunitario sobre el perfil tecnológico del techo común bajo el cual todos los miembros de una sociedad quieren vivir. Más bien que la construcción de una plataforma de lanzamiento, desde la cual solamente algunos miembros de esa sociedad son enviados hacia las estrellas.

Esta nueva política es de una autolimitación voluntaria y comunitaria, la búsqueda de máximos en la productividad institucional y en los consumos de servicio y de mercancías, de acuerdo a las necesidades que se consideran, dentro de esa comunidad, satisfactorias para cada individuo.

El control social del modo de producción adquiere una significación más amplia en la presente época de desarrollo tecnológico. En las primeras etapas de la industrialización, la atención, con razón, tuvo que concentrarse sobre la propiedad de los medios de producción y sobre la distribución equitativa de los productos.
En la etapa por la que atravesamos desde los años 60, la definición social de un máximo, en relación a ciertas características básicas de los productos de una sociedad, debería ser la meta política más importante.

Las élites económicas de las sociedades latinoamericanas ya incorporaron, en su visión del mundo, lo que llamaremos el "imperativo tecnológico". Llamamos "imperativo tecnológico" a la idea de que si alguna hazaña técnica es posible en cualquier parte del mundo, hay que realizarla y ponerla al servicio de algunos hombres, sin importar en lo absoluto, el precio que los demás miembros de esa sociedad hayan de pagar por ello.

Las sociedades capitalistas justifican la planificación bajo el signo del "imperativo tecnológico" por la evidente demanda de unos cuantos consumidores que necesitan moverse a velocidades supersónicas. Las sociedades socialistas justifican esta misma planificación por el supuesto servicio que deriva a la comunidad total de la posibilidad de que unos cuantos puedan moverse a tal velocidad.

En cualquier sociedad en la que se acepte el "imperativo tecnológico", éste se pone al servicio del progreso indefinido en calidad o en cantidad de los productos y de los servicios, destruyendo con esto la base para lograr la construcción del socialismo.

Esto lleva inevitablemente, al control de la sociedad por medio de "tecnócratas expertos" (profesionales, especialistas, científicos, etc.) sin importar el que éstos hayan sido elegidos para el servicio del poder por un partido político o por un grupo de capitalistas.

Consideramos que el Kripto-estalinismo reside precisamente en esto: en adjudicarse el control social de los medios de producción, para justificar un control central de los productos, en servicio del aumento ilimitado de la producción.

Creemos que en este momento existen condiciones para movilizar las mayorías de algunos pueblos de América Latina y de África, para que rechacen conscientemente la dominación de los tecnócratas, consecuencia inevitable de la aceptación popular del "imperativo tecnológico". Una vez que un pueblo haya aceptado que vale la pena (no importa en qué medida) enviar a un hombre a la luna o mantener a algunos individuos en vida durante más de 100 años, o hacer viajes a velocidades supersónicas, fácilmente acepta cualquier otra forma de explotación, por el hecho de que el ídolo en cuyo nombre se hace la explotación ha sido creado por un científico.

El rechazo del "imperativo tecnológico" es la base para iniciar la búsqueda de las dimensiones tecnológicas que habría que someter al juicio popular para que la mayoría determine bajo qué límites máximos quiere vivir.

Por ejemplo:
  • ¿Cuál es la velocidad máxima para el transporte de las personas, que permita el uso óptimo de los recursos públicos, para garantizar una movilidad óptima a la gran mayoría?
  • ¿Qué amplitud máxima del espectro electrónico, utilizado para la comunicación entre personas, garantizaría el nivel óptimo de comunicación entre las mayorías?
  • ¿Hasta qué punto se permite el uso de los recursos públicos en la prolongación de la vida de un adulto, cuando tales gastos resultan discriminadores en contra de la gran mayoría que requiere de servicios de previsión y mantenimiento de su salud o de asistencia en momentos de crisis aguda?
  • ¿A qué métodos pedagógicos posibles hay que renunciar en favor de un acceso de las mayorías a los medios de auto-formación o autoconocimiento?
La idea de que un pueblo decida democráticamente las dimensiones tecnológicas dentro de las que voluntariamente se limitaría a vivir, dentro de un cierto ámbito, y no sólo provisionalmente, sino a largo plazo, es profundamente contraria al modo de pensar que hoy prevalece.

Es improbable que la iniciativa para plantear este problema sea tomada en los países europeos occidentales u orientales que se encuentran a medio camino de la industrialización.

En los países supercapitalistas la contaminación ambiental que hace que la tierra sea incapaz de sostener la vida humana y la superdeterminación del individuo que lo hace impotente para sobrevivir fuera de un ambiente artificial, ya llevan a la conciencia de una pequeña minoría la necesidad de pensar en la urgencia de limitar la producción.

Creemos que el liderato de un movimiento mundial hacia una nueva política popular, en la que el pueblo ante todo decida los límites máximos en que esa sociedad deba vivir, y después los haga asequibles a todos, debe venir de algunos países de América Latina, de África y posiblemente de China.

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